Fermentar es un acto de memoria
Fermentar es recordar.
Recordar que todo lo vivo proviene de una alianza invisible entre microorganismos y tiempo.
Recordar que antes de la industria, antes del plástico y del miedo a las bacterias,
las civilizaciones cuidaban sus fermentos como parte de su alma.
Cada fermento lleva una memoria colectiva.
El del pulque, memoria del maguey y de los pueblos del altiplano.
El del vino, memoria de la tierra, de las manos, del rito.
La kombucha, memoria del té, del fuego, del intercambio entre culturas.
Fermentar es mantener viva una herencia que el sistema intentó borrar.
Porque el sabor fermentado no es solo un gusto: es una huella.
La huella de quienes fermentaron antes que nosotros,
de quienes aprendieron a confiar en lo invisible.
En Belot, cada fermentación es un acto de memoria.
Recordamos el pulque que nos enseñó respeto,
los ensayos y errores que nos enseñaron paciencia,
los años que nos enseñaron a observar en lugar de imponer.
Fermentar es también recordar quiénes somos:
un cuerpo que fermenta, una microbiota que nos piensa,
una continuidad entre la tierra, el intestino y la conciencia.
La memoria no solo está en los libros.
Está en los fermentos, en las burbujas, en la acidez justa,
en la vida que sigue transformándose aunque no la veamos.
Fermentar es recordar lo esencial:
que la vida se conserva no congelándola,
sino dejándola seguir viva.